En un rincón polvoriento del campo, la gorra de paja nació entre manos curtidas por el trabajo y la paciencia. No fue hecha para ser admirada, sino para proteger del sol inclemente a quienes labraban la tierra. Redonda, firme y con su ala corta, cada hebra de centeno entrelazada parecía guardar el calor de los días interminables y el susurro del viento entre los trigales.
Cuenta la historia que, a finales del siglo XIX, los campesinos de los pueblos interiores comenzaron a trenzar esta gorra para acompañar sus jornadas de siega. Día tras día, el sol doraba la paja mientras la gorra se convertía en compañera silenciosa de manos laboriosas. Con el tiempo, dejó de ser solo protección: se transformó en emblema de esfuerzo, de tradición y de raíces que no se olvidan.
Hoy, en manos de artesanos que continúan la misma técnica ancestral, la gorra revive su historia. No solo protege del sol: habla de generaciones, de pueblos que resisten y celebran su identidad, y de un arte que se aprende con el corazón tanto como con los dedos. Quien la porta, sin saberlo, lleva siglos de memoria y el eco de un campo que nunca deja de latir.
Hoy, la historia de la gorra de paja continúa latiendo en Socarrual. La misma tierra que un día vio trenzar los primeros sombreros en pueblos del interior, hoy sigue proporcionando la paja de centeno que los artesanos locales transforman con manos expertas. Cada gorra que nace en estos talleres respira el mismo aire de los campos de antaño: la paciencia, la destreza y el respeto por la tradición se entrelazan en cada hebra.
Los talleres de Socarrual reciben a visitantes y jóvenes aprendices, interesados en conocer de cerca esta técnica centenaria. Allí, entre risas, historias y manos ocupadas, se enseña a trenzar la paja y a dar forma a las gorras, manteniendo vivo un oficio que une generaciones. Cada verano, durante la fiesta de la Siega, los artesanos exhiben sus piezas en ferias locales, atrayendo turistas que buscan descubrir la esencia de un pueblo que celebra su pasado sin perder de vista la esencia de lo tradicional.
En un rincón polvoriento del campo.
